Mariano Velasco


De pequeño, en un campamento de verano, me preguntaron que cómo me definiría. Creí haber olvidado por completo aquella anécdota, pero resulta que para la edición de este libro me pidieron que escribiera sobre mí mismo, y se me vino a la cabeza aquella inocente escena campestre: un grupo de mocosos bajo la sombra de una higuera, una monitora preguntando, y todos tratando de describirnos… Todos menos yo, que dije «...no sé».

Tenía desde entonces una deuda pendiente con ella y, sobre todo, conmigo mismo, así que es un buen momento para resolverla. Nací justo nueve años antes de aquel campamento, en el verano del 64, y ahora por fin me arriesgo a definirme como un periodista y lingüista con vocación didáctica al que le gusta observar, escuchar, leer y escribir. Y que no para de hacerse preguntitas extrañas: que si cómo demonios funcionará la magia del lenguaje, que si en qué narices consistirán los increíbles mecanismos de la creación literaria y de la imaginación... O sea, lo que se dice un tipo rarito.

Después de haber trabajado para diversos medios de comunicación escribiendo sobre asuntos serios, harto ya de buscar, un día me dije: ¡quieto, amigo!, que por ahí no vas a ningún sitio, que si lo que realmente quieres es encontrar respuestas vas a tener que empezar por cambiar de perspectiva, te lo digo yo.

Así que por una vez me hice caso y adopté una nueva perspectiva: la de la literatura infantil. Y resultó que ahí agachadito, como cuando a los nueve años las monitoras me hacían preguntas, me encontraba yo ahora, mocoso de mí, la mar de cómodo y no me dolían las piernas ni nada.

Enseguida caí en la cuenta de que la respuesta a mis preguntas estaba precisamente ahí, en ese jueguecito tan socarrón como inteligente que se traen entre manos el señor Lenguaje y la señora Imaginación, dos tipos que se mueven como peces en el agua en la literatura infantil. Y fue tan fácil como decirles: ¿me dejáis jugar con vosotros?
Fruto de ello ha sido esta mi primera incursión en la literatura infantil, el libro que se supone que el lector tendrá ahora mismo entre sus manos. Y si resulta que no lo tiene, es que al final yo no he entendido nada de nada y sigo ahí sentado, a la sombra de la higuera, sin comprender qué es esto de la literatura ni saber siquiera quién soy. Que también pudiera ser.

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